¿A dónde vas, mal? Adonde hay mal.
La altura de los protagonistas era diferente, y acaso también el alcance de la ética que los guiaba. Pero tenían semejante esencia. La de uno de ellos provenía de su genética, la del otro adquirida en circunstancias de la vida.
Se encuentran en el infinito, donde las paralelas se juntan.
La horma de su zapato
Uno
Un manto constante de lluvia cubre la planta industrial desde el amanecer. Ello no mengua el ritmo robótico de quienes allí realizan tareas. En el “Nido del águila”, alto edificio de la Administración donde, muy allá arriba, se hallan las principales oficinas de "Pulpo Stinker".
Tanto los empleados como sus dos socios principales –ausentes, perezosos y apenas ornamentales según él– identifican solapadamente a György Stinker con tal apelativo. Hombre solitario, preside el Directorio y, mediante cláusula habilitante de los estatutos de la empresa, ejerce con discrecionalidad la Gerencia General.
También existe un puñado de gerencias satélites cuya ausencia nada cambiaría. El afán de Stinker de tener injerencia en todos los asuntos, por ínfimos que sean, las ha relegado a ser un maleable grupo asesor que no daría un paso sin consultarlo.
Es la mañana de su encuentro con el inefable Donatti, genio aturdido tan solitario como él. Stinker supone que la solicitud de audiencia se debe a la buena noticia de un nuevo invento. Y no estaba errado.
György analiza una serie de informes que mantiene ordenados sobre el vidrio de su escritorio. No se permite un bostezo, y en tanto la lluvia golpea los amplios ventanales distorsionando el paisaje exterior, se dice que la mejor medicina es trabajar duro.
Cada tanto György tira a la papelera un proyecto cuya rentabilidad no esté clara y rechaza algún ascenso dudoso, los cuales considera fútiles esperanzas de personas mediocres. Acaso aconseje mejoras para aquellas actividades que entiende imperfectas, contrate algún empleado más para apaciguar demandas de ingenieros que exageran la falta de personal, y alimente su amor propio otorgando mejoras salariales discriminatorias y magras.
Cuenta con una hermosa secretaria, la Srta. Meriten, quien sospecha que la actitud agria de su jefe es una pose, cuando en realidad esa armadura miserable alberga un corazón de oro. La costumbre ha vuelto dócil su sistema nervioso, e internamente procura justificarse la personalidad de György Stinker. Entiende que las circunstancias empresariales lo obligan a ser malvado, lo absuelve y lo apoya.
La Srta. Meriten golpeó con suavidad la puerta e ingresó luego de sentir aquella malhumorada voz: —¡Pase, ya era hora! (¡Estúpida marrana pechugona! De no mover tanto las caderas irías más de prisa).
Ella no tenía la mínima sospecha sobre el farfullo mental que su jefe elucubraba en ese momento. De poder leer el pensamiento quizás reformularía sus conceptos sobre György. Portando una bandeja con un pocillo de café notaba al acercarse cómo el rostro de su jefe enrojecía a medida que leía un memorándum.
—¡Esto no puede ser! —Exclamó György golpeando con su puño el grueso vidrio negro que, al unísono con el pellejo de la mujer, vibró unos segundos.
—¿Ocurre algo? —preguntó ella con trémula voz. (¡Ay Dios! ¿Qué hice ahora? ¿Otra vez mezclé folios de expedientes?)
—¿Que si ocurre algo? ¡Ocurre, sí! ¡Y mucho! ¡Donatti presentó renuncia! ¿Para eso quería verme? Seguro, es una treta para obtener un aumento. ¡Presión! El soquete pretende meterme presión.
—¿Donatti? (¡Ay, de qué me está hablando!)
—Sí. Donatti. Eso dije ¿No? ¿Ahora que espera? ¡Salga! ¡Salga y déjeme solo! ¡Ah! Haga pasar a "ese" apenas llegue.
—Sí señor –dijo temerosa, y apresurando sus pasos cierra la puerta al salir.
Dos
Faltaba poco para el mediodía y la tozudez de la lluvia fastidiaba hasta caracoles y escuerzos de la zona. Donatti ingresó con displicencia a la oficina. Su semi sonrisa a lo Gioconda hizo acelerar los latidos de "El pulpo". Solo con eso su hígado extremó su producción biliar y en su pecho asomó aquél leve y consabido rumor de taquicardia.
—¿Qué es esto de que renuncias? —exclamó furibundo.
—Primero: ¿Puedo sentarme? (¡Maldito sapo corbatudo!)
—No es necesario. Tu culo no estaría allí mucho tiempo pues seré breve: ¡Renuncia aceptada!
—¡Muy bien! Tengo algo de prisa y el culo presuntuoso —el sarcasmo de Donatti golpeó al otro en un riñón. Era el único ser en la tierra, exceptuando al matón de su grupo en la escuela primaria, que en toda su vida le había hablado de ese modo.
—¡La gente no sepa agradecer hoy día!
—¿Insinúa que le debo algo? (¡Cretino!) Descuéntemelo de la liquidación.
György echó su espalda hacia atrás en la silla, y con gran esfuerzo logró que sus ojos simularan compasión:
—Donatti, eras un frustrado ingeniero electrónico cuando te encontramos. Dentro de aquella gabardina gastada más allá de lo recomendable no cargabas más que hambre. Venías de una temporada sin trabajo y aquí te tuvimos fe, sobre todo yo. ¿Y ahora qué sueño te aturde que presentas renuncia? Desde la competencia te ofrecieron un dólar más, es eso. Forjaste tu imagen en mi empresa y ahora piensas dar “el gran salto”. ¿Es así? No todo lo que brilla es oro ni el dinero enriquece nuestro espíritu.
—(¡Pues no eres buen ejemplo de espiritualidad!) Cierto. Aquí me contrataron cuando nadie creía en mí, pero gracias a mi invención. Usted la hizo suya trampeando mi buena fe y obtuvo millones.
—¡No desvirtúes la realidad Donatti! ¡Exijo respeto! Si eso es lo que piensas está muy bien que te alejes. Es lo aconsejable. Te permitimos hacer buen uso de tus aptitudes. El contrato es claro en ese sentido: lo aquí desarrollado me pertenece. Nadie pondría a tu disposición semejante imperio tecnológico para no lograr nada. ¿Acaso deberíamos dedicarnos a la caridad?
—Cuando traje mi proyecto, el "Tercera Dimensión T.V.", estaba concluido. Aquí aportaron la infraestructura para producirlo en gran escala y comercializarlo. No habría uno sin lo otro. Pero los beneficios no se repartieron con equidad. Lucran con su producción, con los permisos a concesionarios, y también con las regalías por derechos que deberían ser míos. (Todo lo devoras con total descaro. ¡Piraña!)
—Hay normas y leyes, quien firma un contrato está sujeto a él.
—¡Por eso renuncio! He logrado un producto especial, creado exclusivamente en mi domicilio con materiales propios. Algo revolucionario para la industria ya registrado a mi nombre. Ahora me sentaré a esperar la lluvia de ofertas, que podría ser más copiosa que la de allí fuera. (Llora pac-man, y no infartes, por favor).
—¡Qué! ¿Cuál innovación? ¡Dígame!
— Lo siento. Ya no pertenezco a su empresa.
—¿No pensó que podríamos llegar a un acuerdo favorable a las dos partes?
—Sí. Lo pensé. Y decidí evitarlo. Siempre encuentras la forma de trampear acuerdos.
—¡Oiga mi oferta Donatti! ¡No se podrá negar! Si es bueno, viable, negociable y rentable, le ofreceremos el cincuenta por ciento de su producido y devolveremos los derechos del "Tercera Dimensión T.V." que, por motivos administrativos, debimos retener por un tiempo. ¿Qué me responde?
—¿Tanto ofrece sin conocer nada? Si ya ha comprado mis palabras ante la innovación caerá de espaldas.
—Bueno, nunca he negado su capacidad, no contrato inútiles. En fin... ¡Le hemos tomado estima en este tiempo! (¡Dime una tontería y pido a Seguridad que te clave de cabeza en la fuente del hall!)
—¡No me diga! De creer que se arrepiente de haberme timado, lloraría.
—Aquí no se tima a nadie, y si mantiene ese tono retiro mi oferta. No opaque sus virtudes con iracundias juveniles anacrónicas.
—Concebí metas muy importantes a lograr con las utilidades de mi proyecto anterior. Iré despacio, debo disfrutarlo mucho maldito György, mucho. También tenía considerables cuentas que saldar. Tras meses sin trabajo embargaron mis bienes.
A medida que hablaba Donatti moderaba el tono, bajaba la cabeza y era ostensible la tensión de sus manos sobre el apoyabrazos del sillón:
—Mi esposa creyó encontrar en otro hombre mejores virtudes y me abandonó. Me quedé con mi gabardina y su deuda con la peluquera.
Se dio un respiro, sus manos cesaron de moverse, levantó la cabeza y miró fijo los ojos de Stinker:
—Lo más negativo fue que por esa situación se atrasó mi proyecto y caí en tu trampa. Esta nueva creación podría haberla culminado antes, y en este rubro un día perdido es ceder terreno. Ya vio la ardua competencia que enfrentamos para imponer el "TD-TV". ¿Recuerda que mi primer sueldo fue de aprendiz adelantado? A mí... ¡Sucesor de Tesla! (Toma un poquitín de soberbia para acentuar tu rabieta).
—Basta Donatti, déjese de apologías superfluas que ni usted puede creer. Si no acepta es mejor que se marche. ¡Pero antes dígame de qué se trata, por supuesto! ¡Eso, pagaría por oírlo!
—El "Tercera dimensión T.V." fue un acierto. La competencia tiene buenos productos pero el nuestro es el mejor. ¿Qué tal si ahora al ver en una película a una hermosa joven tridimensional, podemos disfrutar también su perfume? ¿Y si en una escena portuaria el aroma del mar nos envuelve? Nada nos faltaría para sentirnos inmersos en la propuesta fílmica.
György Stinker tenía la vista fija en el derrame pluvial de los cristales, meditaba. Donatti supo que lo tenía en sus manos, continuó:
—Primero fue la imagen, luego el color, más tarde la TV tridimensional y ahora lo último, lo sublime. En el mercado competirá con tus productos estrellas. Se trata de la televisión color–tridimensional–aroma. "Aromativi" será su nombre. (Aromativi Strinker. Je je, ya quisieras).
—¡No es tan maravilloso! Sirve sólo para el mercado doméstico. ¡Al Diablo con tanto aspaviento! Te daré el treinta por ciento de su producido neto: de lo anterior nada.
—¿Acaso las exhibiciones de la industria cinematográfica rinden mayores beneficios? No veo razón por la cual los televisores domésticos no puedan disponer de lo que carecerán las grandes salas. ¡Hasta la vista György!
Stinker meditó un momento y encendió un puro. (Tal vez. Este tipo es un imbécil pero tiene buenas ideas).
Le ofreció un habano que Donatti rehusó y con un dinamismo excluyente exclamó: —¡Está bien! Acepto. Llevarás el cincuenta por ciento. ¡Está hecho!
Donatti se mostró decepcionado: —Adiós. Espero no vernos más —y comenzó a caminar hacia la puerta con su paso habitual. Sabía que "El pulpo" no lo dejaría escurrir de sus tentáculos.
—¡Espera! —Gritó György cuando el otro ya traspasaba el umbral (¡Ay que se me escapa el bacalao!) ¡Vamos! ¿Qué esperas?—. Trae los planos, si los técnicos dan el visto bueno mantengo mi oferta. Y ya veremos párvulo ambicioso quien luce la perla.
—Construí el prototipo y funciona perfectamente. Lo probé infinidad de veces. Pero confieso que no llegué al final de la película especial que me prepararon pues el argumento es deplorable y temí morir... de frivolidad.
Por un instante el cerebro de György supuso estar cayendo en un engaño. (¿Será verdad? Este demente es muy capaz de estar hablando en serio, pero tal vez solo busca venganza).
—¿Tienes un equipo de ésas características? Venga, vuelva a sentarse Donatti, tal vez merezca que le tenga más paciencia.
—Gracias György ¡Vaya que te has vuelto amable! Sí, lo tengo. No es el televisor, puede usarse cualquier "Tercera dimensión". Todo está en el sistema de reproducción de video. Apliqué mi tecnología a un reproductor independiente.
—¿Un video reproductor? Volvemos al pasado. ¡Olvídalo Donatti!
—¡Déjeme terminar! Todo está en un estuche de cápsulas. Agregué al video reproductor un sistema informático que induce, cuando lee las indicaciones contenidas en el DVD, la liberación de elementos odoríferos concentrados que se colocan junto con el DVD en el reproductor. ¿Me explico o le redacto el manual técnico? No funciona con filmes emitidos por canales televisivos, por supuesto. (Al menos por ahora, quizás inaugure tal posibilidad el día que la humanidad termine por fastidiarme).
—O sea que el usuario debería adquirir el reproductor, las cápsulas y nuevos DVD, los anteriores no sirven.
—Exacto, veo que tan perdido no anda. Incluso las cápsulas aromáticas deberán ser recargadas, cada film tendrá la correspondiente y la duración de las exhibiciones es limitada. No es una máquina de inventar olores sino algo más modesto. Así se mueve el mercado de consumo. ¿No es cierto? En un año las utilidades serían fabulosas.
—No muchos estarán dispuestos a cambiar sus sistemas audiovisuales por tan poca cosa, pero el porcentaje de los entusiastas podría resultar interesante. Está bien Donatti. ¿Mi oferta es buena, verdad? Quedamos con el cincuenta.
—Quiero el ochenta por ciento de las utilidades, con documentos firmados en este mismo momento. Además, un millón de adelanto contra la entrega del prototipo para que lo pruebe usted mismo, esta misma tarde y comiendo rosquillas. Agregaré la confitería a modo de gentileza.
—¡Estás loco Donatti! El cincuenta y medio millón, y ya es mucho.
—¡El sesenta y el millón o nada!
El rostro de György Stinker estaba rojo, hinchado, sus puños apretados, el potro de su pecho corría desbocado. Al fin pareció hallar el control de sus impulsos. Su voz sonó con calma:
—Está bien. Tú ganas Donatti Por ahora. Antes de firmar quiero que técnicos de la empresa corroboren la bondad de los planos.
—No hay inconveniente. Pero el millón lo quiero al momento de entregar el prototipo.
—No puedes negar que aprendiste mucho aquí Donatti.
—Aprendí a dejar el alma junto con el saco colgada en la percha.
—¿Me consideras un desalmado pese al obsequio que recibirás?
—Yo soy quien obsequia Stinker. Ya verá cuando pruebes mi “bebé”. ¡Hasta la tarde!
Donatti salió dejando la puerta abierta y a Stinker observándolo. Al pasar junto a ella la Srta. Meriten creyó ver en su rostro una sombra de tristeza. Le sonrió y él le hizo un guiño a modo de saludo. Sería la tercera o cuarta vez que lo veía, pero no tenía dudas en cuanto a que Donatti le caía bien. Afuera la lluvia seguía castigando los ventanales.
Tres
Varios técnicos rodeaban la amplia mesa de la sala de sesiones. Ésta se hallaba cubierta de planos con circuitos inmensos y complicados, también de hojas de papel atiborradas con fórmulas químicas. El pulpo, de espaldas al diluvio que empañaba la visión a través de los cristales decía: ¿Qué opina Thomson? ¿Puede dar resultado el invento de su colega?
—¡Es fantástico! —El nerviosismo de Thomson solía llevarlo a ajustar, mediante tics nasales, sus lentes de exorbitante aumento—. Donatti tiene suma facilidad para crear con sencillez. (tic nasal). Todo se le vuelve fácil. A cada problema técnico encontró respuesta donde pocos la hubieran buscado (tic nasal). Esto en cuanto a electrónica e informática… Pero el ingeniero químico también debe dar su opinión! (tic nasal) De eso no entiendo nada.
—Es cierto —exclamó Stinker—. Yo entiendo de todo, pero mejor que alguien más opine —y dirigiéndose al otro profesional presente dijo:
—Adelberg. En cuanto a los procesos químicos que deben irse sucediendo para que surjan los aromas: ¿Está todo bien?
Alderberg no culminaba su inspección, de todos modos aventuró un comentario:
—Al parecer cada compuesto reacciona en la forma prevista ante los estímulos que Donatti dispone. Como entenderá, abundan los detalles conexos. La resultante de cada una de las fórmulas componentes de esta batería química no se puede determinar a priori. Es necesario un exhaustivo análisis pormenorizado. Me llevaré una copia de los pliegos para revisar. Conociendo a Donatti descarto que todo está perfecto, es un verdadero polímata cuyos conocimientos abarcan varias áreas. Pero la decisión no debería tomarse sin los análisis de laboratorio corresp...
—¡Ya, ya! —Interrumpió Stinker—. Dejemos el panegírico para otra ocasión. Lo cierto es que funciona. ¿Verdad? ¡Bien! Tal vez requiera algún pequeño ajuste, ya veremos, no será de importancia. La idea me parece fantástica. (¿Cómo no se me ocurrió?)
Ninguno de los presentes planteó nuevas objeciones. Tenían experiencia en conocer los resultados de oponerse cuando la tozudez de ese hombre cubría su campo visual.
Donatti, quien en un comienzo aguardaba fuera de la sala de reuniones, se había trasladado al sector de oficinas y charlaba animadamente con la Srta. Meriten sobre cultivo de plantas y flores. La conversación la inició él preguntándole, desde su famosa sonrisa giocondezca, si acaso ella era una Dionaea.
Meriten desconocía la existencia de ese vegetal carnívoro y su rostro manifestó la duda. Donatti se apresuró en decirle que se trataba de una planta especial de colores vivos y algunas espinillas. A ella le pareció bonito y sonrió ante tan particular “galantería”.
Donatti recordaría esta escena sobre las nubes durante su vuelo hacia el futuro. Llegaría a preguntarse si la habría invitado a salir de no haberlos interrumpido Stinker. Abandonaría tales especulaciones al comprender que, en atención a su plan maestro, ante la eventualidad que ella lo aceptara él no podría acudir a la cita.
El empresario, escoltado por los dos profesionales intervinientes, llegaba pletórico- Parecía dispuesto a regar de satisfacción el jardín inconcluso donde Donatti y Meriten sembraban dionaeas.
—¡Pero aquí está nuestro gran amigo! ¡Venga Donatti! —dijo sonriente—. ¡Pase a mi oficina! Estuvimos analizando su engendro. Allí tengo todo pronto para que firmemos. ¡Venga, venga!
Como si el resto del mundo no existiera, tomándolo suavemente de un brazo lo dirigió hacia la puerta que comunicaba con su oficina. Los otros dos hombres, puestos en libertad, recuperaban el ritmo normal de su respiración. La Srta. Meriten suspiró sintiéndose una regia dionaea.
Allí dentro y luego de las firmas Donatti insistió: —Stinker, lo conozco tan dolorosamente bien que mi deber es alertarlo: si esta tarde no hay millón, no hay reproductor ni cápsulas aromáticas.
—¡Pero Donatti, falta una hora para que cierren los bancos!
—Consígalo para mañana y mañana lo tendrá.
—¡Lo quiero hoy!
—También yo, György Stinker. También yo. (¡Te voy a dar ventaja, sí. Cualquier día!)
—Está bien, cuando reciba el equipo en casa te daré el millón. ¡Qué sea a ceño fruncido entonces!
—Hasta las seis señor Stinker —dijo Donatti saliendo.
—¡Bah! Hasta luego —contestó Stinker con resignación. Un empate no le era útil, necesitaba ganar siempre.
Cuatro
—Pasá Donatti. Por aquí, déjalo allí, junto al "Stinker Limited Third Dimension". Debo darte una mala noticia. ¡Mentiste! No estaba patentado. ¿Pensaste que no lo haría investigar?
—Realmente no, suelo confiar en las personas... (¡Claro que sospechaba algo así! Los errores que pagué en mi juventud ahora los estoy cobrando. Tomarás tu sopa.)
—Gracias a tus planos y la firma de Thomson pudimos solicitar el registro antes que cerrara la oficina de patentes. ¡Qué torpeza la tuya Donatti! ¡Terrible omisión! ¿Cómo es que no lo has inscrito con tu nombre? Por supuesto, lo firmado en la tarde temprano no tiene vigencia. No puedes negociar una creación que no te pertenece. ¡Tonto!
—¿Otra vez lo mismo? Vuelves a timarme... Fue ni ansiedad. El registro completo requiere demasiados análisis burócratas. No se me ocurrió simplemente presentarlo y negociar contigo mientras se procesa la habilitación. (¡Vamos, muerde fuerte escualo angurriento!)
—Eres un creador genial, pero en el mundo de los negocios no calificas para aprendiz. ¿Y me acusas? Nadie es culpable de tu inocencia. Todo un angelito. ¡Hasta me parece verte las alas y el aura!
—¡Y yo te veo con cuernos y cola! Todo un demonio. La verdad es que ni siquiera podría presentarlo en el registro. Además del abogado debe hacerlo también un profesional. Y hace un tiempo me retiraron el título debido a un delito que se me imputó injustamente.
—¿Qué delito Donatti? (Mirando bien a lo profundo de tus ojos, aspecto de asesino no te falta).
—No te importa.
—Tal vez no me importe pero me lo contarás. ¿Quién no necesita ser oído? Verás que no soy tan malo como piensas. Si bien la patente ya pertenece a mi empresa, la construcción y puesta a punto tardará dos meses. Tanto no quiero esperar para verlo funcionando. Por eso, en un gesto que a mí mismo conmueve, decidí comprar tu prototipo de todos modos: aunque a un cuarto de millón.
—Esperarás tres meses Stinker, antes no lo tendrán listo. Y me voy antes de que me factures por la conversación. Personas como tú, que sólo buscan réditos económicos, son mierda desechable.
Mientras hablaban el sol del atardecer modificó la estampa que fue la tónica del día. Sobre el horizonte colgaban nubes deshilachadas que aún perdían raleadas gotas de lluvia. Rayos violáceos inundaron la oficina donde los dos hombres mantenían su pulsada, tornando la atmósfera de la oficina en una estancia de tintes infernales. Decidido, el inventor rumbeó hacia la salida cruzando los dedos.
—¡Aguarde! No se apure Donatti. ¿Se irá así, sin más ni más? ¿Perdidoso? Deseo verlo contento. Y para demostrar mi buen estado de mi ánimo hoy día, tal vez llegue a ofrecerle medio millón.
—Un millón Stinker… ¡O nada! Entiende que el dinero no me interesa: manejo un desquite. Algo muy personal que lamento no poder explicarte. ¡Y decídete! Aquí tengo los pasajes de un vuelo que sale en dos horas. Lo tomas o lo dejas. Me has quitado mucho más de cuanto pueda aceptar con honor. ¡Si te matase me absolverían! Es un decir, claro. Demasiado desconfío de la comprensión y la misericordia humana.
—¡No exageres Donatti! Está bien, te lo daré. Como dije, me encontraste en un día de los buenos. Te daré el millón, pero antes me dirás la causa por la cual le retiraron el título.
—¿Qué más da? Sucedió en la empresa donde trabajé antes de tropezar con tus villanías. Montábamos una línea de alto voltaje bajo mi responsabilidad. Alguien no tuvo en cuenta mis órdenes y previsiones. Al cabo, murieron electrocutados dos operarios. Los abogados de la empresa de seguros, sedientos de sangre, desmoronaron uno a uno mis descargos. Me arrastraron a la ruina. Tras el despido no hallé puerta que se abriera. Como un desterrado, en medio de la miseria y la terrible soledad en que quedé, fui diseñando el "Tercera Dimensión". Necesitaba demostrarme que con mi ingenio podía lograr un destino altivo. El resto ya lo sabes.
Mientras tomaba de su caja fuerte la suma de dinero pactada “El pulpo” improvisó un comentario relacionado con la mala suerte, y cuanto debería entonces valorar a quien le abrió la única puerta que para él existió en el mundo.
Antes de entregar esos diez kilos aproximados de billetes mantuvo uno de los bolsos entre sus manos, permitiéndose varias trivialidades nostálgicas y algún consejo gratuito sobre cuidados patrimoniales. Cuando Donatti con total indiferencia comenzó a contar el dinero Stinker miraba la acción con tristeza y casi estuvo a punto de renunciar al trato, pero por primera vez aceptó contener su egoísmo. Después de todo el regalo de Donatti no le costaría ni un peso.
Era noche cerrada cuando el inventor estuvo al aire libre. Desde el cielo despejado miríadas de estrellas pugnaban por enseñar su brillo. Un agradable viento fresco hablaba un idioma secreto a los árboles empapados y oscuros. Donatti levantó el cuello de su saco y llamó un taxi para dirigirse al aeropuerto.
En su mansión solitaria "El pulpo" conectaba equipos y comenzaba a deleitarse con la primera y única exhibición mundial del "AromaTiVi".
Cinco
El avión deslizó sus inmensas ruedas negras sobre la pista húmeda. Comenzaba a elevarse en el mismo momento en que Stinker, derramado en su sillón especial, oprimía el botón del control remoto que ponía en funcionamiento su onerosa adquisición postrera.
Ante la sucesión de las primeras imágenes sorbió un trago de whisky, y cuando notó que el film era de gánsteres se permitió una sonrisa: eran sus favoritos.
Por supuesto no había visto esa película, filmada a los efectos previsto por Donatti. Si bien era de clase “B” estaba realizada en 3D. ¿Sabe mis gustos? Se enterneció. También, quizás fuese feliz un efímero instante.
En la secuencia fílmica el protagonista asalta un banco con poca fortuna, se sucede un tiroteo y muere un policía. György Stinker sintió aletear en sus fosas nasales un penetrante olor a pólvora. Sorbió otro trago. (No está mal Donatti. No está nada mal).
Conduciendo por la autopista a muy alta velocidad huía el asaltante y un tenue aroma a monóxido de carbono pasó desapercibido por el espectador, que ya había entrado al film y corría en el asiento contiguo al del malhechor sobre la carretera ardiente.
Escenas secundarias transcurrieron con diferentes sensaciones olfativas. Una de ellas, en la cual el actor se interna en un bosque de pinos rumbo a su oculto refugio, le agradó sobremanera. El aroma de aquellos árboles le hizo rememorar episodios olvidados de su infancia. (¡Caramba! Es como volver a ser niño).
Al protagonista lo aguardaba una bella joven enmarcada ante la puerta de una cabaña de troncos. György experimentó aquella presencia a su lado, su perfume le abofeteó el rostro y casi pudo sentir el roce de su piel y hasta el de sus labios, de un sensual carmesí. Su corazón se aceleró y lamentó haber sido egoísta al no haber invitado a una de sus amantes. Luego notó que tal acción no armonizaría con su naturaleza. Mejor disfrutar del espectáculo solo y tener la primicia, el estreno, la humana desfloración del eléctrico artefacto. (Cualquiera de mis estúpidas queridas interrumpiría con tonterías)
Al cambiar la escena desborda la imagen un primer plano de huevos fritos chirriantes que, junto a un apetitoso bife, tiemblan sobre el sartén de una hornalla contigua. El aroma de aquello resultó espectacular. Una alarma enloquecida comenzó a repiquetear en el estómago de György, y sus jugos gástricos fueron cual torrente de montaña. Al mismo tiempo se le hacía agua la boca, algo adormecida por el alcohol. (¡Donatti! ¿Cuándo nos permitirás contar con el sabor sobre nuestra saliva? ¿Podrá hacerle algo con relación al gusto? ¡Se lo diré!)
Los protagonistas comenzaban su almuerzo cuando Stinker no pudo soportar más y detuvo el aparato. Abandonó su asiento y abriendo la heladera extrajo de ella dos huevos y un bife. (No debí dar la noche libre al mayordome, ese buen negrito Leonardo. Bastaba con haberle dicho que no ingresase a la sala por nada del mundo.)
A muchos kilómetros de allí, entre las nubes, Donatti sostenía una copa de vino en su mano y los ojos perdidos en la oscuridad del océano. Casi no advierte que la amable azafata le estaba preguntando si estaba servido. Asintió con una sonrisa y rechazó su cena casi sin tocar. Observó la hora: —En realidad aún no estoy servido —musitó mientras ella se alejaba. Luego bebió un sorbo, lo paladeó, y volvió a mirar la hora.
Seis
En tanto el empresario, saciado su apetito, regresaba a continuar con su debut particular, el avión en el que viajaba Donatti estaba a poco más de media hora de su destino.
El inventor, quien comenzaba a robar a sus kilómetros de aire un inocente y plácido sueñito se sobresaltó. Escudriñó nuevamente su reloj: (Aún no creo. ¿O acaso ya…) Y volvió a entornar los ojos.
En la pantalla de György se sucedían escaramuzas con crímenes que comprometían cada vez más al protagonista. Finalmente es apresado en medio del chiquero de cerdos que empantanó su pretendida fuga.
El tufo que invadió la estancia en ese momento fue repugnante. Es entonces cuando el disgusto de Stinker le advierte que deberá ajustarse el invento de Donatti para que no sucedan cosas como ésa. Nada aconsejable, sobre todo para alguien que acababa de cenar. Mientras en la pantalla comienza el juicio György decide tomar sal de frutas antes de acostarse. (Pero más tarde, no ha de faltar mucho para el final) No se equivocaba.
Tras las instancias iniciales, rápidas y contundentes, el jurado está a punto de retirarse a deliberar. Momento crucial en el cual suena el teléfono de Stinker. De mala gana dio tres pasos y sin apartar los ojos de la pantalla levantó el tubo. Era Adelberg, su mejor ingeniero químico.
—Señor Stinker, he detectado una falla... —comenzó a decir aquél.
—Sí, Adelberg, ya me percaté, es mínima y se puede solucionar. Tufos desagradables. Estoy al tanto. ¿Me toma por tonto? (¿Y llamándome a casa? ¡Ya verás el lunes!)
—No, es grave. No quise dejar pasar la noche sin decírselo. De ser comercializado deberá pasar por rigurosos controles. Hasta es posible que no pueda distribuirse debido a los riesgos que...
György Stinker tuvo la sensación de ser una olla a presión a punto de estallar: —¡Cállese! Usted está viendo papeles y yo lo estoy disfrutando. Mañana hablamos Adelberg. Siempre tuve olfato para los negocios y con éste cualquiera lo tendría. Ya profundizaremos en los ajustes —y cortó la comunicación cuando el jurado entregaba al juez el veredicto. (¡Y ese Donatti! Tan ingenioso, tan astuto... ¿Cómo no pensó que podría entregarle dinero falso? ¡Maldito perdedor! No se puede tratar con ellos, contagian su mala fortuna)
Entre las nubes Donatti se movía nervioso sin poder explicarse los motivos. (¿Será que la Srta. Meriten está pensando en mí en este momento?) Tal vez fuese ya la centésima vez que observaba la esfera de su reloj. (¿Por qué no la invité a recorrer el mundo? Soy inteligente y audaz, quizás hasta podría volver a ser cariñoso) El avión comenzó a sobrevolar el aeropuerto destino esperando turno para descender.
"Este tribunal encuentra al acusado culpable de los cargos que se le acusa y lo condena a pena de muerte" El pulpo veía cómo, ante el dictado de la sentencia, la adorable amante del asesino, perdido el control de sus actos comienza a gritar:
—¡No temas! ¡Te salvaré! ¡No morirás! Ten fe en mí —y sus lágrimas dolían mucho más pues era hermosa. Dos guardias femeninas la retiran de la sala, pero ella continúa: —Moriré a tu lado, moriré contigo mi amor. ¡Lo haré!
Cambia la escena. Han pasado varios meses y se aprecia al reo siendo conducido rumbo a la cámara de gas. Camina con gallardía y la frente en alto, sin demostrar temor. (Está tranquilo) Elucubra György, inserto en la trama (De seguro hay algún plan para salvarlo en una vuelta de tuerca magistral. ¡Siempre anticipo los finales! ¿Quién no?)
El verdugo baja una palanca y cae la balita de cianuro que provocará la salida del gas. El asesino comienza a sentir los efectos y a retorcerse entre espasmos terribles. El actor sobreactúa, exagerando los estertores y extendiendo la agonía con una mediocre labor.
Mucho más patético allí en la sala, entre los tenues resplandores que vierte el televisor a las penumbras, el espectador siente el primer síntoma y sus ojos se dilatan de asombro y horror. Intenta levantarse de su asiento comprendiendo al fin la situación en la que se encuentra. Es demasiado tarde y segundos después ya no sentirá nada.
Nadie obsersva el despliegue de la palabra "Fin" sobre la pantalla, y tras los títulos el televisor la mantendrá vacía, aguardando infructuosamente la orden del control remoto que llegará recién al otro día.
Inmerso en su destino infame, muy lejos de allí, el asesino desciende del avión. Consumar su venganza no le ha otorgado la felicidad esperada. Observa con melancolía la esfera de su reloj y se pregunta: (¿Podrás quitarte el lodo, cambiar tu rostro y volver a empezar? Quizás debas inventar con urgencia esa máquina capaz de modificar los errores del pasado para tenerla lista antes de acumular demasiadas acciones imperfectas. Si, sería la mayor invención que todos quisieran tener.)
De todos modos, el último gramo de arrepentimiento que pudo haber tenido se le disolvió cuando en todas partes rechazaron su colección de billetes falsos.